miércoles, marzo 08, 2006

Sin titulo (by Alan Juarez)

esto lo publicaré sin correcciones, así como venía el mail

este es el texto (francamente no merece ser llamado columna o artículo)



a)

He decidido seguir alienándome y empuñar una pluma. He decidido ser diferente a mi generación.

Odio esta etapa de mi vida, tan llena de clichés; la misma búsqueda de identidad propia es uno de tantos lugares comunes.

Miro pasar a gente dentro de mi edad y quiero fingir que no pertenezco a este sector de la población.

Creo que los adolescentes hemos ganado a pulso la etiqueta de ser seres estúpidos. Podría culpar a las hormonas, a los medios, quizá al sistema educativo; pero eso solo sería intentar librarme de culpas.

Nos hemos dejado manipular, podríamos utilizar el hervor de las hormonas para ir contracorriente, pero no todos lo hacemos o por lo menos lo intentamos.

Veo a morros -también soy uno de ellos- de 13, 14 ó 15 (en casos extremos de hasta 18 o mayores) totalmente controlados –aunque ellos alardeen su rebeldía-, apendejados. Me da vergüenza ver nuestro bajísimo bagaje cultural, que si alguno lo tiene, no lo consiguió por convicción propia.

Parecería que en esta etapa de la vida somos de mente obtusa y horizontes cerrados. Casi no púberes hablando de otra música que no sea la que se programe en MTV (si tienen cable. Si no cuentan con él, lo que las estaciones payoleras y Televisa les receten). No los he visto ver películas más que los desechables hits de Hollywood. Nunca los veré leer un libro, a menos que sea para un trabajo escolar. Según sus argumentos, la cultura les aburre; y la contracultura es para drogadictos descarriados (aunque ellos también se droguen, y digan que es chido).

Creo que sería positivo pasar por un aislamiento mediático y social entre los 11 y 13 años de edad, tal vez sea en ese momento en que nos forjamos, en donde somos más vulnerables a los medios.



b)

Ayer fui a una fiesta de mocos (insisto, sigo siendo uno de ellos) de 3ero de secundaria.

En estas ocasiones se suscitan acontecimientos que permiten divisar la mayor parte del comportamiento de ellos.

Me veo como todo un freak en la fiesta: pantalones entubados y viejos, tenis de skate madreados ya por la tabla, un libro de Bukowski, y un discman corriendo el Dirty de Sonic Youth. Para ellos lo que rifa es el reguetón (o como se escriba)

Me inmerso en mi lectura de Rapsodia a un Amigo Ebrio y, repentinamente, oigo a alguien que me grita -¡ya no leas, pendejo, se te van a quemar los ojos!-. Sigo leyendo los poemas del viejo indecente y una chavita se acerca y pregunta si no estoy aburrido. –No, me aburre más tomar y bailar reguetón-.

Dejo mi lectura y a Sonic Youth e intento integrarme a la fiesta. Observo que quienes tienen más estatus tienen la ropa más trendy, los que son más cercanos a los estereotipos de belleza de los medios, los que ostentan más logotipos corporativos en su ropa. Y pensar que yo siempre traro de ocultarlos.

Miro como se acercan, y rápidamente, sus cuerpos comienzan a frotarse lascivamente uno a otro. Moro pasivamente como beben alcohol estúpida y precipitadamente ante los demás (hay algunos idiotas que se ocultan para hacerlo). Miro como se asfixian en el homo de los cigarros que no saben fumar. Solo lo hacen para presumir con sus semejantes.

A ellos realmente no les gusta el alcohol, a ellos realmente les molesta el humo del tabaco; pero sólo míralos, solo farolean.

De repente, la anfitriona de la fiesta me mira, y me ve solo, recargado en un muro, con una mano en el bolsillo y la otra sosteniendo una lata de refresco. -¿No traes un disco?- me dice mientras su mirada me dice "pinche freak". –Si, traigo uno-. Ella accede a ponerlo.

Al iniciar el primer acorde, veo como el ambiente decae, y a los dos minutos, comenzaron las rechiflas. Ellos no toleran nada a lo que el mass-media no los exponga. Su expansión más allá de ellos es casi nula.

Después del quemón, decido largarme sin decir adiós.

En la banqueta saliendo del edificio encuentro a una amiga mía, la veo sentada en la banqueta, aburrida.

Me siento con ella, hablamos de Bukowski, de Irvine Welsh, de David Lynch, oímos a Sonic Youth. Después caminamos, recargué mi mano en su hombro, ella me abrazó, seguimos así hasta comenzar a acariciarnos.

Tal vez nunca podré ser radicalmente diferente, mi me libraré de mis instintos sexuales ni de la tan trillada búsqueda de identidad. Pero un poco de conocimiento hace más grato llevar esta aburrida etapa de la vida.

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