sábado, marzo 22, 2008

En la Lucha Libre [by Marina Tlapalamatl ]

LA SEGUNDA PIEL DE LOS COLOSOS

El día 2 de diciembre de 2007, nos dimos a la tarea de ir e investigar la relación que guarda el público y los luchadores dentro del deporte-espectáculo llamado lucha libre. Nuestro escenario fue la Arena México ubicada en la Colonia Doctores, calle Dr. Lavista a unas cuadras del metro Cuauhtemoc. Para acudir a el evento, tuvimos previamente que ir a taquillas para adquirir nuestros boletos en pre-venta. Los precios iban desde los $140 hasta los $50 pesos. Sin embargo, nuestra boleto fue adquirido en un precio de $80 pesos, con cita a las 17:00 hrs.

Nuestro arribo fue por Metro Cuauhtémoc, a las 16:00 horas, aún no se mostraba entre las calles mayor afluencia de personas, ello debido a que era domingo por la tarde. No obstante, ya a las afueras de la Arena se encontraban algunos vendedores que
comenzaban a colocar sus mercancías sobre las lonas rojas. La fanaticada aún no se hacia presente, pero los que comenzaban a tomar sus lugares eran los revendedores, en tanto una señora de cabello blanco y con bastón en mano, colocaba cuidadosamente las tradicionales pepitas, cacahuates y garapiñados que serían devorados por el fervor de los aficionados.

Antes de que llegara la hora que marcaba el boleto de admisión, se pudo observar el despliegue comercial que se desencadenaba alrededor de una función de Lucha Libre. Se trataba de un tianguis peculiar, rápidamente improvisado que abarcaba toda una escuadra del recinto. Desde que uno llegaba se podía sentir el ambiente luchistico, pero al llegar más personas los vendedores no cesaban de gritar, todo lo que uno podía encontrar entre sus puestos.

En su mayoría la Arena era cubierta por máscaras nuevas y otras que por el olvido del público se habían percudido, llaveros de capuchas, fotografías que dejaban lucir la fortaleza corporal de los gladiadores, cientos de muñequitos de plástico con rebaba, otros hechos con mayor detalle, revistas nuevas y seminuevas, películas pirata de grandes combates, playeras en tonos negro y blanco que engalanaban esa noche, posters dispuestos a adornar cualquier pared, y demás souvenir con motivos luchísticos que daban el folklore de ese evento popular.

Recorriendo los puestos, observamos un gran porcentaje de mercancía dirigida hacia los niños, que iban desde disfraces de tamaño infantil que emulan la vestimenta de los luchadores profesionales, hasta juguetes como cuadriláteros en miniatura. Antes de dar comienzo la batalla, los infantes ya demostraban su afición por la lucha libre, dado que se acercaban a pedir los costos de los artículos o simplemente tocaban parte de la esencia de sus ídolos, pero lo que causaría revuelo entre los pequeños sería la multitud de máscaras de diversos diseños, tamaños y colores que eran pedidas a los padres, antes de entrar a ver a su luchador favorito.

Entre las calles se notaba la llegaban de familias completas, parejas, grupos de amigos o personas solitarias, hombres y mujeres de todas edades, quienes asistían ya sea por impulso personal o porque alguien más los invitara, pero finalmente se accedía a formar parte de ese recinto. Algunos llegaban caminando, otros descendían de algún transporte público, mientras pocos eran los que llegaban en automóvil; lo que sí, es que a escasos 20 minutos de dar inicio la lucha libre, la calle Lavista era cubierta por miles de asistentes, quienes parecían haber sido llamados por las campanas de la Arena México.

El auditorio no vestía con formalidad o galantería, sino que lo hacían de forma cómoda, pants, pantalones de mezclilla o bermudas, sudaderas o chamarras, tenis y zapatos bajos; todo de acuerdo al estilo personal. No obstante, un amplio porcentaje de personas dejaban notar fácilmente su afición por este deporte, ya que portaban la camiseta con imagen de su luchador predilecto, y en otros casos, se usaba un pequeño distintivo o pin en alguna parte de su ropa, dándole un toque peculiar a su vestimenta.

Al aproximarse la hora, la mayor parte de la gente rápidamente se acercaba con pase en mano hacia los accesos de la Arena; en tanto, escasos fanáticos y unas cuantas personas que habían arribado tarde, se localizaban aún entre los puestos, con el deseo de adquirir algún objeto que le sirviera de apoyo a su luchador o bien como simple recuerdo del evento.

LA ANTESALA AL COMBATE

Personas vestidas de negro y con radio en mano, nos pedían el boleto que nos transportaría a otro universo, no sin antes pasar la clásica revisión para cerciorarse de que el público no trajera consigo objetos punzo cortantes, cámaras o algo considerado como prohibido o peligroso. Niños junto con sus familiares formados en la fila, brincaban por el gusto de ver luchar en vivo a sus superhéroes; en tanto a una niña de escasos siete años, le era puesta por su madre una pequeña máscara rosa, sobre un rostro que reflejaba inocencia.

La pulcritud del recinto llamó nuestra atención, pisos recién lustrados, paredes en tono amarillo pastel y una pequeña confitería atendida por un señor de gran altura y corpulencia; nos daban la bienvenida a una nueva riña entre héroes de combate. Nos encontrábamos en la amplia antesala de la Arena México, frente a nosotros unas largas y amplias cortinas de color rojo cereza, que eran puestas como puertas de recepción al cuadrilátero. Al abrir los telones, la mirada no alcanzan para ver tan grande recinto, las luces estaban encendidas y la gente comenzaba a caminar sobre las rampas metálicas, para dirigirse hacia sus butacas.

El escenario estaba listo; sentados muy cerca del ring podíamos ver como niños a su llegada quedaban anonadados al ver el cuadrilátero, en tanto otros, ya se habían separado de sus padres para ir a acariciar la lona con sus pequeños dedos. Muchos de ellos, portaban sobre su cara alguna máscara o bien traían sobre su espalda capas de lentejuela o satín, que eran lucidas entre vueltas y brincos que daban los infantes, simulando las acrobacias de sus héroes.

Vendedores uniformados con camisa blanca y pantalón negro, pasaban por las butacas ofreciendo cueritos preparados con limón y sal, tortas de milanesa, salchicha y jamón envueltas en bolsas de plástico transparente. Otros vendedores cargaban una variedad de playeras, máscaras, muñecos de peluche, llaveros y demás productos oficiales, mientras los proveedores de cerveza eran solicitados a cada rato, por los cientos de asistentes mayores de edad.

Alrededor de las gradas se encontraba una variedad de publicidad el periódico El Metro, se hacia presente, quien como cada fin de semana escribe la crónica de cómo estuvo la lucha libre; marcas de bebidas gaseosas como Pepsi para quien deseará refrescarse la garganta después de unos buenos gritos, o chiflidos y para endulzar la asistencia de los niños Rockaleta; también se hallaban marcas como Rayovak y Corona.

Todas ellas eran muy visibles, pues el tamaño de su publicidad era de grandes dimensiones. Los anuncios de marcas eran puestos estratégicamente por donde los luchadores pasarían, además de ser colocarlos alrededor del cuadrilátero, lo que al parecer funciona para el consumo de algunos productos dentro de la arena.

En las gradas un grupo de diez personas entre hombres y mujeres preparaban las porras, haciendo uso de trompetas que lanzaban los primeros chicharrazos al aire. En instantes se siente el calor de las rechiflas; parecían códigos entre los asistentes, quienes a través de chiflidos y sonidos de trompetazos interactuaban, dando a conocer el gusto y la furia que sentían esa noche por asistir a un combate entre seres mitológicos.

LA ORGÍA DE LOS MALOS SENTIMIENTOS

Las luces blancas se apagaron; comenzaron a girar destellos de colores sobre el escenario, las miradas atentas no parpadean con tal de no perderse la entrada del primer combatiente. La música a todo volumen hizo su aparición, focos que prendían y apagaban en el contorno de una pantalla, mostraban el cuerpo y la cara completa de los combatientes dispuestos a luchar. Fue un momento en el que los espectadores parecían transportarse al mundo de la magia o de la ficción, donde el único requisito es despojarse de su persona y mostrar la otra identidad que todos llevamos dentro.

Las puertas de una plataforma metálica se abrieron y en medio del hielo seco, apareció el primer luchador Sombra de Plata, quien posaba y descendía por las escaleras acompañado de una edecán que motiva el ánimo de los presentes; mujeres rubias y morenas, con extraordinarios cuerpos que vestían diminutos shorts y tops. Las acompañantes cautivaban la atención del público masculino; un hombre sentado a pocas butacas de mi, no dejaba de contemplar los glúteos de una rubia y sonriente mujer; mientras demás varones que se encontraban próximos a la pasarela, tomaban fotos desde sus celulares enfocando los glúteos o pechos de las chicas, mientras a lo lejos se escucho una voz masculina exclamando ¡esa me la llevo a mi casa!.

Sin embargo, los gritos y chiflidos recaían más en los luchadores, a quienes el público ovacionaba en cada movimiento o gesticulación que el combatiente realizaba mientras descendía por las escaleras. Eran luchadores con gran musculatura, algunos de largas y mojadas cabelleras que salían a escena solo con un pantalón, dejando ver sus grandes bíceps cubiertos de aceite; pero lo que causó revuelo entre los espectadores fueron aquellos gladiadores que ocultaban su verdadera identidad debajo de una máscara.

En la pasarela que llevaría a los gladiadores al ring, desfilaban una variedad de vestimentas, hombres con mayones que dejaban lucir sus gruesas y firmes piernas, botas largas de charol, capas de lentejuela o satín que eran lucidas entre saltos o lances, pantalones de piel, calzoncillos que hacían lucir las piernas y máscaras de diversos colores y diseños que daban pie a que el auditorio entrará en la admiración de personajes vistos como superhéroes. Las máscaras tenían diseños estrafalarios, con colores llamativos que parecían causar entre los fanáticos una locura por lo oculto.

En un ambiente bullicioso, fueron entrando a escena los rudos y los técnicos, la primera batalla iba a dar comienzo, Sombra de Plata, Trueno y Sensei contra Holligan, Méssala y Caligula, quienes combatirían comunicaba el anunciador “en nombre del bien y el mal”. El anunciador, un hombre canoso y de complexión robusta, vestido de pantalón negro y camisa blanca, se encontraba parado al centro del cuadrilátero y con micrófono en mano, daba la bienvenida a cada luchador, en tanto informaba al público de la masa corporal, medidas, triunfos y hazañas que de cada gladiador había realizado hasta el momento.

Las miradas espectadoras del auditorio se fijaban sobre el ring. Uno a uno arribaban los luchadores a escena; quienes caminaban de un lado a otro como leones ante su presa, esperando ansiosos el timbre de la campana para moler a sus rivales y ganar la aprobación o repudio del espectador. Las seis edecanes se despidieron de los asistentes y en cuestión de pocos segundos el anunciador clamó las palabras que abrirían la batalla.

¡LUCHARÁN DE DOS A TRES CAÍDAS, SIN LÍMITE DE TIEMPO!

Sobre el cuadrilátero, luchadores comenzaron a ejecutar pequeños saltos y a dirigir sus manos hacia el pecho, a perfilar sus miradas hacia el rival; la lucha libre había dado comienzo; gladiadores estrellaban sus cuerpos, daban patadas y acrobacias en el aire, aplicaban sus técnicas y lances, mientras otros aprovechaban subirse a los postes del ring, para caerle encima al cuerpo del contrincante y poderle aplicar una llave maestra que lo venciera sobre la lona.


El apoyo o desapruebo por la acción de los gladiadores en acción, se hacia sentir entre las gradas, el ánimo desenfrenado de los espectadores comenzaba a tomar intensidad; el silbido característico de la estancia en las arenas, las trompetas de plástico sonando consecutivamente, hombres diciendo ¡Órale pendejo!, ¡Vas puto!, ¡Mátalo cabrón! o mujeres gritando desenfrenadamente ¡Tu puedes mi amor, ¡bien cariño!, véncelo!, ¡Pártele su madre!. Es entonces cuando todos nos sentimos apresados por el calor de la adrenalina.

Durante las cinco primeras batallas, la gente no dejaba de interactuar con los luchadores, los ademanes con las manos a cada instante se hacían presentes y había hasta quienes se paraba de su lugar para mandarle una mentada de madre al luchador contrario. No obstante, también había personas que solo observaban, prefiriendo mantenerse sentados en su butaca, sin mayor comentario o expresión. A nuestro costado derecho, se encontraba un señor que había ido solo y que durante toda la lucha nunca pronunció ninguna palabra, solo se dedico a comer unos cueritos preparados y a beber una cerveza. Parecía ser un albañil, dado que su vestimenta lucia sucia de cemento, sus manos eran ásperas y portaba un morral en donde dejaba ver una cuchara de albañil. Su actitud parecía la de una persona introvertida)

ARRANCA LA ESTELAR

Eran las 16:20 de la tarde, y el anunciador presentaba la lucha estelar; Místico, Shocker y el Hijo de Lizmark contra Rey Bucanero, Black Warrior y El Olímpico. El ambiente se encontraba en su punto máximo, algunas mujeres jóvenes sacaban cartelones en apoyo a Místico, niños mostraban su afición y entre jaloneos a sus padres expresaban ¡ay vienen los mejores!.

Entre humo, luces, reflectores y el tradicional bullicio de la fanaticada, se presentó a los combatientes estelares. La música estridente daba entrada a los luchadores, el furor era más intenso y los gritos de las mujeres se dejaban escuchar entre ¡estás bien bueno! y ¡papacito!, además de los chiflidos que engalanaban la corpulencia de los gladiadores y aquel levantamiento de puño por parte del auditorio en apoyo a sus combatientes.

Al llegar los luchadores al ring, algunos saludaban al público con los brazos hacia arriba anunciando su llegada, otros optaban por trotar al rededor del ring con el brazo en señal de victoria. Mientras Místico llegaría corriendo y en un salto ágil, se pararía en lo más alto de uno de los postes del ring, posando con los brazos cruzados y con su mirada elevada. Lo que incitaba a que el público viera en él, a un héroe. En tanto, Shocker no solo dejaba lucir sus grandes bíceps, sino que los besaba.

El anunciador presentó el primer round y el referí dio la señal para que los luchadores comenzarán a enfrentarse; rudos contra técnicos mostraron sus mejores técnicas para rendir al contrario, llaves, golpes al torso, saltos y patadas que en algunas ocasiones mandaban al rival fuera del ring, situación que causaba alegría entre los asistentes que ocupaban la primera fila, pues de está manera hubo quien se acerco a tocarlos y hasta decirle ¡desnúcalo Shocker! o un señor de gradas atrás que gritó ¡súbete pendejo!, ¿Qué haces abajo?.

A unos asientos de nosotros se observó a una chica de escasos 20 años que dejaba notar su nerviosismo comiéndose las uñas de las manos, estaba sentada al filo del asiento, su mirada fija al cuadrilátero no dejaba que se escapara algún detalle. De repente, en algún momento en el que su luchador era vencido, se agarraba el cabello con las manos y se paraba para apoyar a su luchador, hubo ratos en los que platica con sus acompañantes, a quienes les explicaba como hacer una llave.

El luchador sigue dando lo mejor de sí, pero pide ayuda a la fisión cuando ya se ve casi vencido, entonces el auditorio responde y le brinda aplausos, le grita groserías y hasta le ordena que mate al opositor. Esto hará que el luchador tome fuerza y se levante de la lona, se impulse de las cuerdas y aplique una pirueta en el aire que derrumbe al enemigo.


Algunos niños, al aproximarse el termino de la lucha libre se fueron acercando al ring junto con sus padres para poder obtener un autógrafo de sus luchadores favoritos. Mientras el demás público permanecía atento y pasmado ante el cierre de pelea. Vendedores cerraban venta de cervezas, los telones estaban apunto de ser abiertos para dar el hasta luego a todos los espectadores. Entonces técnicos ganarían la batalla, ese día el bien había triunfado y miles de gritos se desbordaría, en tanto los rudos se quedaban en sus asientos contemplando la derrota.

El referí levantó las manos de los luchadores triunfadores y fue entonces cuando aquellos niños cercanos al ring, frotaban ante los ojos de los gladiadores sus playeras. Las miradas de los niños denotaban admiración, parecía que estaban viendo a Batman o a Superman, eran felices, sus caras lo irradiaban.

Luchadores salen del ring y de regreso pasan por el pasillo que les dio la bienvenida, no sin antes tomarse una fotos con sus fans, quienes muestran una sonrisa a la cámara, otros gladiadores brindarán solo autógrafos y unos pocos saldrán corriendo hacia los vestidores para no ser acaparados por los asistentes. En tanto la Arena México abre de nuevo sus telones para que comience a salir la gente, las luces del cuadrilátero se apagan, y un señor con escoba en mano sube a barrer la lona blanca; ahora nadie lo ovacionará, nadie le dirá que mate a alguien, él solo limpiará los rastros de una catarsis. (C.O Fuimos los últimos en salir pero antes de irnos volteamos a ver que la Arena, y fue en ese momento en el que supimos que la lucha libre no es nada sin el público, pero sin el luchador es inexistente.

martes, marzo 11, 2008

Cuando el (verdadero) destino nos alcance...



De cierta manera, es vergonzoso que un noticiario de los Ángeles hable de esto mientras que en México no se mencione a conciencia el tema.

¿Afectará los intereses de los Medios de Comunicación?

¿La "libertad de (in)expresión no dará píe a hablar de esto?

¿Desinterés del ciudadano promedio en México?


Juzgué usted mismo, querido lector.