Hace tiempo, en uno de esos viajes que suelo hacer al centro de esta ciudad, me encontré en la Plaza de la Ciudadela con un personaje bastante singular, él cual me contó una peculiar historia pero con mucha enseñanza:
“En una montaña alejada del Tíbet, se encontraba un templo resguardado por un Monje Budista él cuál era ya muy viejo como para continuar a cargo del cuidado del santuario, así que decidió nombrar a alguno de sus discípulos como su sucesor. Existía la dificultad de elegir a alguno en especial, ya que todos llevaban el mismo tiempo bajo su tutela y para él, simplemente no existían los favoritismos.
Decidió ponerles una prueba, para quién la resolviera primero, heredará el honor de ser el siguiente guardián del templo. Y sin pensarlo mucho, se dispuso a llamar a todos sus pupilos al salón principal en donde practicaban sus meditaciones todos los días. Con una precisión envidiable, todos tomaron sus lugares y comenzaron a escuchar los deseos de su maestro.
Todos estaban deseosos de obtener tan prestigiado nombramiento de ser el próximo protector aquel mítico lugar. Algunos, comenzaron a imaginar que se trataría sin duda de una prueba física. Hubo quienes pensaron que se trataría de un problema mental, y así por el estilo todos tenían ideas de lo que se podría tratar.
Gran sorpresa provocó el aún guardián del templo, cuando dispuso al centro de todos los alumnos un hermoso florero de la más fina porcelana china que hubieran visto, y el asombro fue aún mayor cuando en éste colocó la flor más aromática y hermosa que jamás nadie había visto en los alrededores del santuario. He aquí el problema, dijo sin bacilar y salió inmediatamente de la habitación pidiendo que lo resolviera aquél que se creyera capaz de ser el nuevo guardián del templo.
Todos miraron con extrañeza el florero. Revisaron una y otra el florero y vieron que era perfecto en sus formas, mientras que la flor no parecía tener el menor inconveniente ya que para algunos llego incluso a provocar dulces recuerdos de su niñez. Fue una búsqueda incesante de algún defecto que pudiera presentar, pero no existía falla alguna según los alumnos del Monje.
De pronto uno de los discípulos se levanto de su lugar, mientras que ya la mayoría había desistido en su intento. Miró el florero, lo tomo, quito la flor y la pisó, y el florero lo arrojó sin miramientos. Inmediatamente el Maestro entró y pregunto que quién había realizado tal acción y sin pensarlo el culpable lo confeso y dijo haber terminado con el problema que les había planteado el budista más viejo y sabio.
Gran alegría invadió al Maestro cuando dijo: Has comprendido a la perfección la problemática de todo. En la vida puede haber obstáculos y situaciones que nos parecerán increíbles y maravillosas, pero que a fin de cuentas son tan sólo un problema para nuestra existencia y aún se trate del problema más bello, habrá que darle fin. Y así éste fue el pupilo que continuo el linaje en aquel templo”
Así terminó aquél personaje su historia y agradezco que haya llegado en un momento de mi vida que más necesitaba esta gran lección. Ahora sé que soy capaz de terminar con aquellos problemas por más hermosos que puedan parecer., sólo son eso: problemas y habrá que darlos por terminados.
miércoles, agosto 02, 2006
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