Érase una vez, en una ciudad en la que todos sus habitantes vivían atemorizados por el riesgo que representaba salir de sus casas a ganarse su sustento y algo para comer; una viejecilla que vivía sola en una casa bastante confortable y modesta; y que durante el transcurso de su estancia, en un empleo de medio nivel, logró hacer un ahorro considerable como para subsistir dignamente sin preocupaciones.
Un buen día la viejita (a la que cariñosamente llamaban sus conocidos Señora De) comenzó a preocuparse porque los ahorros de su vida fueran a escasear irremediablemente. Fue que le vino como un destello a la mente el recuerdo de que hacía años una amiga le había comentado que podía duplicar su dinero en muy poco tiempo invirtiendo dinero en un negocio que no podía fallar. Apresuradamente, se dirigió al teléfono para contactar a su amiga, antes de que otra idea se antepusiera y olvidará esa opción para olvidar sus preocupaciones. Al otro lado de la bocina, la amiga de la Señora De le decía que con gusto la llevaría a tan maravilloso lugar en el que su dinero se duplicaría en un abrir y cerrar de ojos. Concertaron una cita que tuvo lugar dos horas después, ya que dejar pasar un día más podía representar un error que podría lamentarse después.
Una vez que se encontraron en algún punto del centro de la ciudad; y después de sortear todos los peligros de dicha metrópoli, la Señora De y su amiga se encontraron y su amiga le explicó vagamente que se trataba de una fábrica donde ella tendría que invertir la cantidad que ella quisiera y vería ganancias hasta dentro de un mes. Esto hizo pensar a la viejecilla un poco y consideró peligrosa la operación, pero si era verdad que su capital se duplicaría valía la pena el riesgo.
Cuando llegaron al edificio donde estaban las oficinas de ese negocio misterioso la Señora De se asombró de la elegancia y formalidad que desprendía aquel lugar. Los pisos estaban pulidos y encerados como si una celebridad fuera a entrar ahí, el ambiente estaba perfumado con aromas de romero y limón. En general, la atmósfera provocaba una gran tranquilidad y confianza para todo aquel que entrará.
Al momento de acceder al lobby, fueron recibidas por una señorita que amablemente les invitó tomar asiento mientras sus lugares eran designados. Esto causó sorpresa para la Señora De ya que jamás habían concertado ninguna cita ni ella y mucho menos su amiga. Al indicarles la recepcionista que podían pasar a la sala principal, el corazón de la anciana daba unos tumbos que juraba que se le saldría el corazón. Una vez dentro fueron atendidas por un joven muy bien parecido, en un traje gris que denotaba seguridad y clase de pies a cabeza. Con una sonrisa, como de comercial, dio la bienvenida a la Señora De y a su acompañante y las invitó a tomar asiento en una gran mesa forrada con un mantel de terciopelo rojo en medio de la habitación, en la que advirtió ya había otras personas aguardando.
La espera no se hizo más prolongada y aquél apuesto joven comenzó a hablar de lo que se trataba. Era una empresa que tenía sucursales y reconocimiento en todo el mundo y que se dedicaba a la fabricación de materia prima para hacer jabones de baño. La empresa había llegado a un tope financiero en el que su excesivo éxito la orilló a crecer y eso les dio la idea de emplear a personas para que desde su casa pusieran la materia prima a únicamente remojar en agua y así quedaría lista para que fuera elaborado el jabón.
La única condición que se le pedía a aquellos que querían elaborar para la empresa; que por cierto jamás mencionó el nombre, era que tenían que invertir para comprar el material de trabajo pero que sería remunerado hasta en un doscientos por ciento de ganancia. A la Señora De poco le faltó para aventar en ese momento un billete de quinientos pesos y comenzar, pero antes de que lo hiciera el muchacho indicó que toda inversión debía hacerse por medio de una cuenta bancaria, la cual ya estaba escrita sobre un pizarrón, al fondo del cuarto a lo que inmediatamente la viejita apuntó en un papelillo, guardó dentro de su blusa, tomó a su amiga del brazo y se apresuró al banco antes de que cerraran.
El depósito inicial fue de doscientos pesos para ver primero cómo transcurriría todo. Regresaron a las oficinas y le entregaron su material, lo cual la puso muy contenta. Una vez en casa abrió el paquete, leyó el sobre que contenía y siguió las instrucciones al pie de la letra, dejando reposar la viscosa masa en agua ni un minuto más ni un minuto menos. Al paso de una semana, regresó a aquel elegante edificio con la materia tratada como se le había indicado en el sobre, y al entregarlo, se le dieron cuatrocientos pesos en efectivo.
Toda esta situación llenó de júbilo a la Señora De y, sin pensarlo fue al mismo banco y volvió a invertir los quinientos pesos que ya había ganado. Todo el proceso fue repetido durante cuatro meses llegando a obtener una ganancia de hasta cinco mil pesos.
Un día la Señora De cayó enferma de una fiebre que la tuvo en cama durante una semana y nuevamente fue presa de la preocupación por no contar con nadie de confianza para que le ayudará a mantener su mina de oro. No pudo pensar en nadie más aparte de su amiga para que la ayudara, a lo cual volvió a tomar el teléfono y su sorpresa fue impresionante cuando, al contestarle, escuchaba que no paraba de llorar como sí hubiera fallecido un familiar y repetir fraude, todo fue un fraude.
La viejita olvidó su fiebre y se dirigió al edificio, que ahora efectivamente se encontraba en completo abandono, y verificando que se había tratado de un negocio fraudulento del que había sido victima, quedándose la Señora De con un montón de materia prima que después investigó sus funciones y que no servía para nada; y también quedando sin un peso para comer. Todo por haber sido ambiciosa y querer más dinero del que ya tenía para tener una vida tranquila.
viernes, julio 07, 2006
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1 comentario:
Gracias! y aunque el tiempo cura todo hay heridas que se quedan con costra.
Espero y en algún momento vuelva a coinsidir contigo.
Sin duda voy a curarme de ti,no se cuando salga,pero me receto tiempo y me tomo la pasiencia.
Sin mas palabras... te deseo suerte.No se aun que es el adios pero hasta luego
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