Prepararme para la que fue hasta ahora la mejor carrera de mi vida, no ha sido algo sencillo, ya que no sólo es cuestión mental y física, sino que también tiene que ser una táctica de gusto, comparación y otras situaciones que en su conjunto me acerquen a la perfección. Todo para salir avante como el mejor piloto (me atrevería a decir) de la historia.
Al principio, parecía algo complicado gracias a que tuve varios modelos de automóvil a mi disposición. Aunque sabía que debía tomármelo con calma y cuidado, porque de esto dependía un buen resultado. Primero, me presentaron un par autos de la Volkswagen que me parecieron un tanto obsoletos por presentar una maquinaria débil y sin “carácter ganador”. El siguiente, fue un flamante modelo perteneciente a la escudería Ferrari que cualquier otro piloto hubiera deseado ponerse al frente de su volante sin titubear, pero que a mí me pareció carente de un espíritu que se pudiera poner en armonía conmigo. Lo sé, es algo raro, pero me dio esa impresión desde que monté su asiento delantero.
La diferencia la marcó el cuarto automóvil, un Pegeaut 206 color gris plata. Hermoso en toda la extensión de la palabra y que desde el momento en que mis ojos se posaron sobre su carrocería, me dio la impresión de estar ante algo creado por el mismo Dios. Su maquinaria era perfecta, los interiores parecían acariciarte desde el momento en que ponías un pie dentro y qué decir de su aspecto, sí creo que ya lo describí perfectamente.
Todo parecía a mi favor, pero nunca tuve en cuenta el hecho de que se trataba de un auto completamente nuevo para mí; desde un principio me dijeron que otros pilotos ya lo habían conducido, fracasando uno tras otro en sus diferentes intentos de llegar a la meta, yo no tomé en cuenta advertencia alguna y me comprometí conmigo mismo a llegar a grandes alturas con ese carro. Mi compromiso fue muy íntimo así como sagrado, ya que el vínculo que se creó desde que lo toqué fue tan estrecho como cuando se acaricia a la mujer amada.
Al elegir tan bella máquina se me indicó que ya había sido seleccionado por otro piloto y que para desgracia mía, se trataba de un compañero y gran amigo mío (hasta ese momento) lo cual me llevó a un predicamento. En un principio, pensé en desistir ya que como dicen “él lo vio primero”, pero a final de cuentas, hice todo lo posible por conducirlo. Los métodos fueron un tanto sucios, puesto que hice varias vueltas sin consentimiento de nadie, revisé su carrocería sin permiso, arreglé algunos desperfectos que tenía en el motor. Todo fingiendo cómo sí se tratará de mi propio automóvil. Cuando se enteró aquél ex-amigo no hizo otra cosa más que indignarse de que yo ya estuviera trabajando con y para el auto, dio media vuelta y jamás me volvió a dirigir la palabra. Nunca me importó, me justifiqué a mí mismo teniendo en cuenta que nunca le perteneció de manera oficial. Tampoco a mi se me hizo la designación oficial, pero el comité decidió dejármelo por tratarse de un auto que casi nadie se atrevía a conducir y también se considero que yo ya le había invertido tiempo, dinero y esfuerzo.
Durante los días que antecedieron la carrera hice algunas vueltas de prueba y regularmente todo salía bien. Sólo en algunas ocasiones tenía algunos problemas de manejabilidad, ya que me daba la impresión de que el auto no respondía a mis opciones de mando y se salía de mi control, pero eso no me detuvo a continuar intentando dominar tan hermoso artefacto, ya que estaba dispuesto a triunfar a costa de lo que fuese. Incluso descuidé a mi familia y mi propia vida por todo ese tiempo que me estaba consumiendo la dedicación que daba a los cuidados del auto.
¡Por fin! el día de la carrera ha llegado. Fue el primer pensamiento que invadió mi mente en esa mañana tan importante. Todo hubiese sido tan normal, a excepción de esa extraña llamada telefónica que interrumpió mi ritual previo a cualquier carrera. Al otro lado de la bocina solamente se escuchaba una voz en una grabadora con algo de interferencia que me daba un mensaje de advertencia para no correr ese día, porque ese hermoso Pegeaut representaba un grave problema, según me indicaban. No hice caso y me dirigí sin titubear al autódromo.
Ese 14 de febrero como siempre todos esperaban mi llegada ansiosamente y no los defraude. Mi arribo fue igual que otras veces con mi singular seguridad y bromas sobre la competencia, y aunque en otras ocasiones había llegado en segundo lugar a la meta, no habían perdido la fe en mí. Al montar mi auto y hacer las vueltas de prueba percibía una armonía mágica, imponente, perfecta. Era el mejor momento de demostrar al mundo de lo que podíamos ser capaces yo y aquel bello auto. Era el momento de callar todos los rumores de que en aquella hermosa pieza de ingeniería nadie podría ser capaz de triunfar. Ya me imaginaba saboreando el champagne y recibiendo las felicitaciones de hasta quien no conocía.
El acomodo de los autos (nos ha tocado un buen lugar), mis manos sudorosas ahora no maltratan el volante gracias a mis guantes, las luces haciendo su danza hasta llegar al verde que marqué el momento de pisar el acelerador. La gente rugiendo tal vez más que los motores, exige a cada piloto un buen resultado; pero esta vez sólo a mi sonreirán los Dioses porque voy en este Pegeaut. Mucho tiempo me he preparado como para quedarme con las manos vacías, ¡este es el momento! Tuve el entrenamiento adecuado en la máquina perfecta para demostrarlo todo a todos. No me defraudaré, no defraudaré a ésta belleza; es nuestro día.
¡Aquí vamos! la primera vuelta parece sencilla hemos rebasado varios autos y mi sensación al verlos por el retrovisor causa un pequeño sentimiento de culpabilidad por no ceder terreno a los débiles y perdedores, pero así es esto; sólo hay cabida para los triunfadores. La segunda vuelta y únicamente quedamos un par de pilotos y yo disputándonos el primer sitio y mi auto sigue respondiendo de maravilla. Las primeras cinco vueltas no presentan problema alguno, ni siquiera hemos tenido que pasar a los pits a cambiar llantas. ¿Pero, qué es esto? ¿Por qué suena así? ¡Nunca lo había hecho! Este sonido y ésta sensación es nueva, pero sé que aún podemos continuar y no es que no me importé algún desperfecto que pueda presentar, pero estoy completamente decidido a triunfar con mi Pegeaut a cualquier precio. El ruido persiste durante dos vueltas y parece que ahora sí es momento de parar en los pits, si lo hago perderé una posición inmejorable, ya que en este momento voy en segundo lugar, ¡Carajo!
Ni hablar; una parada en los pits. Tiene que ser rápida, precisa y sin tregua a la pérdida de tiempo. Rápido el chequeo de llantas, una examinación al motor y todo parece bien. El ruido desaparece, mi equipo lo ha hecho bien pero tengo que darme prisa. De nuevo la adrenalina se dispara directamente del corazón al cerebro y así gira en mi cuerpo en una forma tan cruel como repentina, ya que ahora me han alcanzado cuatro pilotos más. De nuevo en la pista y casi impactamos con dos autos al incorporarnos a la carrera, el terror de dañar mi hermoso Pegeaut me hace más hábil para evitar cualquier colisión. Tenemos que retomar posiciones, ya que este auto no se hizo para perder.
Un sentimiento de desesperación comienza a adueñarse de mis decisiones y sin cuestionarme, empiezo a rebasar autos cometiendo algunas ligeras penalizaciones. Olvidando toda ética profesional comienzo a atravesarme en el camino de muchos para obstaculizarlos y así no me rebasen. En este momento siento como si un demonio se hubiera apoderado de mí. Sin tomar en cuenta el peligro que representa a los demás competidores, comienzo a tomar las vueltas a una velocidad inimaginable, sin estimar la reducción de la rapidez al girar en las curvas. Las voces de mi equipo técnico comienzan a advertirme que detectaron un desprendimiento de algo en la última vuelta que di, que será necesaria una nueva parada, pero la irreverencia de mi juventud dice que no hay tiempo para eso. Un incremento en la velocidad y estaré más cerca de alcanzar al líder de la competencia. Al pisar el acelerador y rozar con un Seat con grecas blancas y azules, hace que me percate de una columna de humo en el costado derecho, y de pronto, veo cómo el chasis del motor sale disparado, pero estamos tan cerca de alcanzar al primer lugar y otro tanto de terminar la carrera que hago de cuenta como si se tratará de un mosquito en mi parabrisas y ojalá se hubiera tratado de eso.
La última vuelta y un fuerte estallido al frente de mi auto fue lo que finalizó con las voces y gritos del público, con los rugidos de los motores, con mi equipo técnico por el auricular advirtiéndome. Ahora estoy solo con mis pensamientos y por mi mente únicamente pasa el hacerme ir al podio como primer lugar con esta hermosa máquina que desde cuando la vi me soñé como un ganador. La columna de humo se vuelve fuego, el auto comienza a dar giros que hacen que todo lo vea como en una película desgastada y el tratar de controlar el volante hace que me rompa la muñeca derecha aunque todavía no llega el dolor, pero me asombra de ver como mi mano oscila como un péndulo sin control. Pisar el freno el algo sobrado pues me doy cuenta de que ya no responde nada en este precioso, pero ahora letal auto.
Lo último que recuerdo de ese día es la imagen de una mujer como un ángel diciéndome: HAS CAVADO TU PROPIA TUMBA. Haber ignorado la llamada de esa mañana y pensar si aquella otra persona que quería tripular mi auto estaría disfrutando de ver cómo me desplomaba. Esos pensamientos me llegaron y el auto termina de girar y se dirige sin control como a ciento veinte kilómetros por hora hacia el muro de contención. Aquella hermosa máquina que me había hechizado, y que casi sentía me había dado permiso de manejarla, ahora me traicionaba. De pronto un golpe fuertísimo, una luz blanca como un flashazo...
Abrir los ojos cuesta trabajo, tengo algo como esa pesadez como cuando despiertas después de una noche de juerga y mi primer pensamiento antes que mi salud es voltear a buscar mi Pegeaut, pero al aclararse mi visión me doy cuenta de que me encuentro en una habitación de hospital y que se me ha designado la cama 09/09. Con extrañeza, veo una nota pegada al suero que claramente dice: LAS COSAS SIEMPRE PASAN POR ALGO. Siento que la carrera fue apenas ayer, al intentar alcanzar el control remoto de la televisión también advierto otra nota sobre el taburete junto a mi cama: AL MAL PASO, DARLE PRISA, decía. No comprendo nada e intento despejar muchas dudas, pero como no hay nadie en mi habitación sólo me queda encender el aparato Sony que cuelga frente a mí de una base de metal negro.
Al mirar la programación, me trae la realidad como una cubetada de agua fría y veo que el mundial de fútbol ya dio comienzo, que según recordaba faltaban algunos meses para que empezara, lo que me hace gritar en un tono mandón pero con mucho miedo, a cualquier persona que este cerca del lugar. Con mucho susto, entra una enfermera que a leguas se ve que ha trabajado jornadas extras, ya que luce demacrada y ojerosa. Su condición no me detiene para exigirle me indiqué que fecha es, a lo que responde de manera compasiva que es veintinueve de mayo.
Mi miedo se volvió pánico cuando, al tratar de levantarme para ir corriendo a la cochera donde llevaban a los autos a reparación y buscar mi bella (y ahora maltratada) máquina, con terror descubro insensibilidad en las piernas y al hacer el esfuerzo con mi torso, sin respuesta debajo de la cintura, caigo de la cama y una sensación de que taladraban mi columna vertebral se adueñó de mi cuerpo e inevitablemente respondí con algunas lágrimas. Lo que provocó que la enfermera saliera disparada por ayuda. ¿Pero esas lágrimas eran por mi invalidez o por mi derrota en la pista?
De manera casi inmediata, entraron la misma enfermera y un par de médicos en turno que me levantaron, haciéndome sentir aún peor, ya que parecía un recién nacido a merced de esas personas. Aplicaron algunos sedantes, pero antes de que hicieran efecto, alcancé a escuchar que uno le preguntaba a la enfermera si ya me había enterado de todo.
No sé cuanto tiempo duré nuevamente dormido por los analgésicos, al despertar miró con extrañeza a un doctor, junto a él está uno de los representantes del comité organizador de la carrera, que obviamente había perdido. Ambos se encontraban mirando por la ventana y charlando, lo cual de momento me lleno de alegría ya que me hacía pensar que aún era importante para alguien y les interesaba mi bienestar. Cuando se percataron de que ya me encontraba despierto y conciente, comenzaron con mucho titubeo a explicarme todo lo que implicaba mi nueva condición.
Mientras ellos hacían todo un circo de mi salud por no querer darme los detalles de mi invalidez y dependencia a un tipo de ruedas diferentes a las de mi precioso auto. Mis pensamientos no podían controlarse y únicamente preguntaban desde mi interior sobre esa belleza que ahora me había llevado a una cama de hospital. La insensibilidad de mis piernas no me interesaba mucho de momento porque mi incertidumbre sobre saber qué fue del Pegeaut era más grande. Todas mis dudas se disiparon y me trajeron a la realidad cuando el comisionado del comité me informaba que el auto había logrado ser reparado sin ninguna contrariedad y que, de hecho en este momento, había corrido hacía apenas dos días antes.
¿Pero cómo diablos pudieron ser tan imprudentes? ¿Por qué dejan a cualquier persona pilotear esa belleza? Pareció como si el comisionado hubiera leído todas las preguntas que me quemaban en mis ojos, ya que respondió que antes de mí había habido otros pilotos que intentaron lo mismo que yo, obteniendo también la derrota. Pero en este caso se trataba de un piloto que durante tres años condujo el Pegeaut obteniendo una serie de victorias consecutivas, pero al tener un serio problema familiar se vio obligado a retirarse de las pistas momentáneamente, dejando el auto abandonado en un garaje del autódromo. Según me explicaron, al enterarse del accidente que sufrí, acudió a la cochera de reparación y trajo de la muerte al auto, dándole una dedicación extraordinaria y precisa en la que toda la maquinaria en su conjunto respondió satisfactoriamente, siendo así, un día antes, la segunda carrera consecutiva que ganaba.
Mis ojos se llenaron de una humedad incontenible porque era muy difícil concebir esa preciosidad corriendo por las pistas, en manos de otra persona; aunque de momento me vino a la mente que si aquel piloto había sido capaz de ganar en tan bello carro debía de tratarse de la mejor persona, del mejor piloto y por esa parte mi corazón estaba tranquilo, pero aún quedaban muchas interrogantes en el aire y sinsabores en mi piel.
Como fue que me advirtieron sobre el riesgo de recorrer las pistas con esa máquina, y de no darme cuenta de nada, ¿Quién hizo la llamada esa mañana? ¿Cómo llegaron las notas a mi habitación del hospital? ¿Qué significado tendría la mujer que me dijo que había cavado mi propia tumba, puesto que sigo vivo? ¿Porque todo el mundo percibió esa sensación negativa del Pegeaut y yo no? Y entre más preguntas me hago y las respondo, se presentan el doble de preguntas de las que ya había al principio.
¿Será que fui castigado por una entidad divina por fingirme dueño de algo cuando nunca lo fui? Quizá jamás logré responderme muchas preguntas, pero lo que más resulta doloroso es saber que esa máquina responde mejor a las órdenes de otro piloto y que yo sólo conseguí estrellarla en mi loca carrera aún cuando la sentí como parte de mí y quise ser un triunfador junto con ella. Ahora el tiempo y una larga y dolorosa rehabilitación esperan; ya que de este intento de salir exitoso, me quedó la columna vertebral hecha añicos, un temblor incontrolable en mi mano derecha, una fuerte adicción hacia los calmantes y al cigarro, el corazón derrotado, pero sobre todo la impotencia de ver cómo es piloteado ese precioso auto. No cabe duda, que el fracaso y la frustración de unos, es la miel y el éxito de otros.
viernes, julio 07, 2006
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
1 comentario:
Hijole, algo me esta acabando...
Algo me va a impedir...
Esta pasando...
Me siento...
Me duele...
ayyyyyyyyyyy es tàn grande...
Me ahogo...
Y ahora...
Hoy perdì una buena parte de mi, parece que mori...
Hoy parece que se debe hacer algo...
Hoy parece que para toda mi vida te perdì.
Hoy la vida me puso la mayor de las pruebas... lo mucho que te amo
Publicar un comentario